Son incontables las veces que me he paseado ya por el cementerio parisino más famoso. La primera vez, evidentemente como turista, para visitar la tumba de Jim Morrison, Edith Piaf y Oscar Wilde. Y ahora voy con amigos o familiares que vienen a visitarme. Pero la última vez que fui, no daba crédito a lo que estaba viendo: entre algunas lápidas abandonadas y otras especialmente lujosas, donde descansan en paz miles de personas, se ha colado la generación web 2.0.
Merece la pena pasear de forma consciente por los caminos arbolados y tenebrosos para toparse de repente con una lápida que muestra un código QR. Sí, sí, ese cuadrado pequeño, pixelado en blanco y negro. De repente veo algo a lo lejos, una lápida blanca de una tal Laura Hilden.
Salimos de ahí a carcajada limpia, por que no damos crédito a lo que estamos viendo. Seguimos paseando mientras nos imaginamos cómo dar el pistoletazo comercial a las tumbas: que en la lápida de Jim Morrison podamos descargar a un módico precio sus canciones, que en el mausoleo de la familia Darty, los fundadores de una cadena francesa de electrodomésticos, podamos pedir directamente un frigorífico o que los famosillos de los Talentshows puedan plasmar su última actuación estelar. ¿Qué os parece la idea?
¿Pero sabéis qué? No somos grandes inventores. Todo esto ya existe. Con aproximadamente 200,--€ se puede adquirir un paquete online para el más allá. El paquete incluye un código QR, fotos, vídeos, audios, … Si se desea una versión más ampliada, con un presentador, por ejemplo, que cuente algo sobre la vida del fallecido, debe desembolsar algo más de dinero. En EEUU, Japón y España ya es un negocio redondo para poder comunicarse con los muertos. En Père Lachaise aún hay que buscarlos con lupa. Pensándolo bien, es una pena que haya tan pocos, ya que es un cementerio con mucha historia y gente muy interesante. Se podría convertir en un lugar de entretenimiento.